No ha sido posible corroborar el numero de victimas en Libia.

El régimen impide a la prensa extranjera visitar los hospitales con víctimas civiles de los bombardeos. Cientos de personas rodean la residencia de Gadafi.

Sin noticias de los muertos ni de los heridos. Desde que las primeras bombas cayeran sobre Trípoli, el pasado sábado por la noche, el régimen del coronel Gadafi ha insistido en que los ataques tenían a los civiles como objetivo. Esa misma madrugada, un portavoz del Gobierno libio prometió a los periodistas alojados en dos hoteles de la capital y vigilados bajo un estricto control de seguridad, que se les llevaría a ver los hospitales donde podrían hablar con testigos de los ataques. Dos días después, no hay rastro de esa promesa. El lunes, se oyeron de nuevo ráfagas antiaéreas y una fuerte explosión cerca de la residencia del dictador.

La visita organizada el domingo al cementerio de Shat al Janshir, en las afueras de la ciudad, solo contribuyó a oscurecer aún más los hechos. Las 24 tumbas que esa tarde estaban vacías a la espera de los cuerpos, aún seguían desocupadas el lunes. Y los funerales en torno a las tumbas donde sí había cuerpos enterrados no contribuían a dar credibilidad a las historias. El padre de un bebé dijo que su hija había muerto con siete días de edad después de que uno de los muros de la habitación donde dormía cayera sobre ella tras una explosión. Otro familiar que se identificó como el tío de la niña dijo, sin embargo, que tenía tres meses. Hubo más contradicciones como esa.

El número de víctimas sigue siendo una incógnita. Las autoridades han asegurado que 29 personas han muerto en Trípoli, 64 en todo el país. Esas cifras fueron anunciadas por la televisión libia el domingo. Pero desde entonces no han podido ser comprobadas ni ha habido un comunicado oficial del Gobierno al respecto. El régimen, que todos los días busca una nueva línea argumental para explicar por qué estos ataques son injustos, no se ha valido aún ni una sola vez de la mejor propaganda posible: la foto de un civil muerto o herido. Aun así, hay testimonios que aseguran que vieron a los heridos. “Yo mismo llevé a un niño en brazos al hospital Ali Omar Asker. Estaba herido por las bombas”, asegura Nassem, empleado en un hotel.

El lunes, los funcionarios llevaron a los periodistas extranjeros a visitar una escuela en las afueras de la ciudad. Unos 50 niños les recibieron con las proclamas habituales: “Estados Unidos, Francia y Reino Unido, dejen a nuestro país en paz”; “Alá, Muamar, Libia y ya está”. Todas ellas proferidas a gritos y con gestos de enfado entre los estudiantes de entre seis y 15 años. Un grupo mostraba el dibujo de un avión atacando a la población civil y la frase: “Es nuestro día de los regalos”.

Según contaron las profesoras, el lunes era un día especial en la escuela porque se celebraba el día de los niños y de las madres. “Lo celebramos todos los años y les solemos dar juguetes. Y en cambio han recibido las bombas”, dijo una de las maestras, Laila Mohamed. La mayoría de los niños se quedaron en casa, asustados por los bombardeos. “A 10 kilómetros de aquí hay una base que ha sido atacada esta noche”, dijo Laila. “Las explosiones se han oído muy cerca, y por eso han preferido no venir a la escuela. Tampoco han venido algunos maestros. Esto no es una zona de exclusión aérea, es una guerra”.

Los funcionarios del Gobierno repartieron juguetes a los niños. Muñecas con vestido rosa a ellas y yoyós para ellos. Los periodistas pidieron que se les enseñara la zona que supuestamente ha recibido los ataques, pero los funcionarios recurrieron a sus palabras habituales: “luego, luego. Es peligroso”. Cuatro periodistas del diario estadounidense The New York Times fueron liberados el lunes en la embajada turca en Trípoli después de estar cinco días retenidos por fuerzas del régimen. El periódico confirmó el lunes que ya estaban a salvo en Túnez.

La capital despertó con una sorprendente calma tras los intensos ataques en la madrugada, uno de ellos en el cuartel de Bab el Azizia, donde se encuentra el palacio residencial del coronel Gadafi. A pesar de las imágenes que mostraban los escombros en el cuartel, la gente salió a la calle como si nada hubiera pasado y solo las colas para comprar pan rompieron la rutina habitual. “Todo está bien. Los comercios que están cerrados es porque los atendían los chinos, los vietnamitas y los egipcios”, dijo un anciano que se dirigía por la tarde al cuartel de Gadafi.

Sobre las cinco de la tarde cientos de personas volvían a concentrarse junto a los muros de Bab el Azizia y también en la plaza Verde. Acudieron allí con sus banderas verdes y sus proclamas para decirle a Gadafi que es amado y que morirán por él. Por ahora el único mensaje nítido del régimen es el que el mismo dictador se encarga de lanzar en sus intervenciones: yo soy Libia.

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