Nueva York, 28 Ene.- Luego que Nueva York experimentara el sábado pasado la segunda mayor nevada en su historia, los habitantes de la ciudad más grande de Estados Unidos padecen aún, varios días después de ocurrido el fenómeno, las consecuencias de la nieve.
Con una precipitación que superó los 60 centímetros, para la mayoría de los neoyorquinos lo peor no sucede durante la tormenta, pese a que ésta paralizó por horas la mayor parte del transporte público y todo el tránsito privado, sino durante los días que a la nieve le toma derretirse.
La reacción ante la nieve, consecuencia de la primera nevada del invierno en la ciudad, comienza con un tono positivo. Incluso durante la tormenta, un ejército de niños y sus padres, así como innumerables mascotas y sus dueños, se dieron cita en los parques para gozar del espectáculo.
Un día más tarde, la nieve fresca y aún inmaculada produce una transformación radical de los parques de la ciudad, y tanto menores de edad como adultos aprovechan cualquier pendiente para deslizarse en sus trineos, formar muñecos y revolcarse en las praderas.
En las calles, sin embargo, la experiencia es diferente. Los propietarios de viviendas tienen la obligación de remover la nieve que cae sobre sus banquetas, lo que deja las orillas de las aceras con monticulos de hielo que pronto comienzan a solidificarse en un tono grisáceo.
Mientras tanto, los autos y las bicicletas que no son liberados horas antes de la caída de la nevada, son cubiertos por una costra de hielo durísima, que resulta un reto remover.
Así, para los habitantes de la única ciudad estadunidense en que más de la mitad de los hogares no cuenta con un autómovil, transitar las calles para tomar el transporte público se convierte en un desafío que demanda agilidad y buena suerte.
En las esquinas de las calles, la nieve congelada forma charcos de agua sucia y helada, que convierte incluso al más mínimo trayecto en un carrera de obstáculos.
Además, en las zonas en que la nieve no fue retirada horas después de la tormenta, ésta tiende a congelarse, formando un circuito extremadamente resbaloso.
En un editorial publicado este miércoles en el diario The New York Times, el escritor Tom Vanderbiltjan, expresó que los charcos que forma la nieve en proceso de deshielo representan “el azote de los transeúntes neoyorquinos”.
Para Vanderbiltjan, el fenómeno ilustra que incluso en la que es considerada la ciudad más amigable para los transeúntes en Estados Unidos, la gente que camina es “de manera rutinaria, relegada”.
El escritor consideró que este desdén por los peatones, confinados a espacios públicos cada vez más reducidos, refleja la tendencia a encoger las aceras a favor de vialidades cada vez más anchas.
El comentario mereció casi 200 réplicas que se dividían claramente en dos grupos: los neoyorquinos que coincidían con el autor, y el resto, a menudo ajenos a la ciudad, que consideraron que los charcos tras las nevadas son, en realidad, un precio mínimo a pagar por vivir en Nueva York. (Notimex)