Mariah Carey publica esta semana uno de los trabajos más arduos de su carrera, dilatado y postergado varias veces hasta su publicación mañana, con el que, según varios medios, es uno de los peores títulos de la historia de la música.
Me. I Am Mariah… The Elusive Chanteuse, algo así como Yo. Soy Mariah… La cantante esquiva, devuelve al primer plano a la artista femenina con más ventas de la historia, la que solía alumbrar números 1 sin aparente esfuerzo (al menos, en EU) y que desde We belong together anda más que huérfana de acierto.
Junto al cantante Miguel estuvo muy cerca de amarrarlo con “#beautiful”, probablemente uno de los mejores cortes de su nuevo álbum, en el que hizo virtud de algo que suele faltarle, sencillez, a partir de un “soul” soleado, de reminiscencias costeras y relajadas, sin estridencias vocales.
Tras el lanzamiento de su segundo disco navideño, Merry Christmas II You (2010), la artista dio a luz a los gemelos fruto de su matrimonio con Nick Cannon -los niños, por cierto, intervienen en el álbum- y pronto llegaron noticias de que esta adicta al trabajo había empezado a fabricar el siguiente álbum.
Triumphant (get’em), en el verano de 2012, surgió como primer anticipo, pero la gélida acogida del sencillo a pesar de su título paró en seco las máquinas. Luego llegaron su millonaria y fallida colaboración como jurado en American Idol y otro intento frustrado de relanzamiento en julio de 2013 a lomos de Almost home, incluido en la BSO de Oz, un mundo de fantasía.
“#beautiful”, que sí entró en el Top 20 de la lista estadounidense, despejó el camino y hasta se avanzó otro posible título para el álbum, The art of letting go, nombre de una balada de corte clásico que llegaría a presentar oficialmente, pero que al final ni siquiera figura en el repertorio estándar.
Prescindió de su eterno colaborador Randy Jackson y lo sustituyó por Jermaine Dupri, trabajando hasta el último momento, intentando dar sin acierto con la alquimia de éxitos como Hero, Always be my baby o My All.
Pasaron los meses, estrenó también sin pena ni gloria You’re mine (Eternal) y, en la última semana, el juguetón r&b Thirsty, de lo mejor de la nueva cosecha, aunque carece de la pegada de aquellos.
Con la excepción de su interpretación de One more try de George Michael, hay que valorar la insistencia en entregar material nuevo y no tirar de la fórmula manida de las versiones que, en su caso, probablemente serían un trallazo con estándares de “soul” y, cuando menos, le depararían menos dolores de cabeza.
SE ESFORZA, SIN ÉXITO, POR MADURAR
En Me. I am Mariah… se aprecia un esfuerzo por madurar, por realizar un ejercicio más concienzudo de música negra, con menos edulcorarante y unicornios que en los bochornosos y naifs Charmbracelet (2002) o Memoirs of an imperfect angel (2009), pero su estilo está ya tan marcado que es difícil (y quizás contraproducente) borrarlo.
Básicamente, sustituye el azúcar refinado por el moreno, que es más natural y se digiere mejor, aunque siga echando tres cucharadas a casi todo.
Esto se aprecia en el acercamiento a estructuras clásicas del “soul” de los 60 (Make it look good) y del disco-funk de los 70 (ojalá incidiera más en la línea de You don’t know what to do), revisitadas por la batería de carísimos productores urbanitas para llevarlas a su terreno y darles en mayor o menor grado una pátina de modernidad.
Encontramos temas más desnudos, como Cry, un tema a piano atípico en su producción, sobre todo para iniciar el álbum, y otros mucho más vestidos, con ideas interesantes como el arranque de Money.
Sin embargo, al resultado final le falta inmediatez y consistencia, un poco más de melodía directa y menos arreglo, que es su peor vicio, menos rizo superfluo y menos grititos de delfín. ¿Necesita un talento vocal como el suyo una sobreproducción en la que esa prodigiosa voz se solapa a sí misma y ahoga el propósito inicial?
Y luego está lo de titular un disco conforme al autorretrato que alguien se hizo de niña como una artista de éxito: ¿se trata de un síntoma de honestidad fruto de un ejercicio de introspección o más bien de un clarísimo regodeo narcisista? Fastidiaros, abusones del colegio, “soy yo, soy Mariah”.