Washington (AFP) – De niño, Marco Rubio le decía a su abuelo, un exiliado cubano, que algún día derrocaría a Fidel Castro y sería presidente de Cuba. Hoy, a los 43 años, su ambición sigue siendo voraz: quiere ser el primer presidente latino de Estados Unidos.
El senador republicano Marco Rubio no ha anunciado su candidatura a las elecciones de 2016, pero el lunes dijo que decidirá “en unas pocas semanas” si aspirará a la Casa Blanca.
A un año de las primarias de su partido, está en una campaña informal, con un nuevo libro sobre ideas económicas y en una gira por los estados claves, entre ellos Iowa, adonde acudirá este viernes.
Rubio nació en Miami en mayo de 1971, hijo de un matrimonio cubano que abandonó la isla quince años antes para escapar de la pobreza. Algunos años después del arribo al poder de Fidel Castro en 1959, su familia decidió no regresar más a Cuba, un país que Marco Rubio nunca ha conocido.
Pero Cuba es el hilo conductor de la vida del político, cuyas ambiciones, dice, son las mismas de generaciones de exiliados que buscaron recomponer sus vidas en Estados Unidos. “Yo soy hijo de inmigrantes, exiliados de un país en problemas. Ellos me dieron todo lo que estaba en su poder para dar. Y yo soy prueba de que sus vidas importaron, su existencia tenía un sentido”, escribió en su autobiografía, ‘An American son’ (‘Un hijo americano’), publicada en 2012.
Hijo de Cuba
Hijo de un barman y una empleada doméstica, Rubio creció en la numerosa comunidad cubana de Miami, pero pasó cinco años en Las Vegas, donde la familia se convirtió a la religión mormona, antes de regresar luego al catolicismo.
Bajo la influencia de su abuelo, que no hablaba inglés, se apasionó por la política. Fue seguidor del senador Edward Kennedy, un ícono de los demócratas, antes de quedar prendado del presidente republicano Ronald Reagan.
Los estadounidenses descubrieron el nombre de Marco Rubio en 2010, durante su espectacular elección para el Senado, sobre la ola del movimiento conservador Tea Party.
Pero Rubio destacaba desde antes y muchos decían que algún día se convertiría en presidente, el primero latino de Estados Unidos.
Dos años después de graduarse como abogado, fue elegido, en 1998, en el consejo municipal de West Miami. Un año más tarde, en la cámara de Representantes de Florida, que presidió de 2006 a 2008.
En su libro, habla mucho de las maniobras políticas que sirvieron a su carrera, a riesgo de parecer motivado más por el poder que las ideas.
Tiene todo para agradar: una sonrisa estelar, es apuesto, excelente orador, a pesar de un ritmo desenfrenado y una impaciencia a veces visible.
Rompe con el cliché del conservador tradicional: va con su esposa, Jeanette, y sus cuatro hijos a misa, pero escucha desde la adolescencia al rapero Grandmaster Flash.
Y habla fluido español e inglés, una ventaja para el partido republicano, abandonado por los votantes latinos.
– Intervencionista –
A su llegada a Washington, los conservadores, traumatizados por la elección de Barack Obama, creían haber encontrado a su salvador. Pero su imagen se desinfló en 2013, al impulsar un ambicioso proyecto de reforma migratoria, que habría conducido a la regularización de millones de indocumentados.
El senador intenta desde entonces remontar la cuesta. Continúa sus esfuerzos paralelos para demostrar que puede encarnar la renovación ideológica de los conservadores. Presenta sus propuestas para reducir la pobreza y reformar el sistema de jubilaciones, sin olvidar valores tradicionales como el matrimonio.
“Debemos reconocer que hay una ruptura social y que muchos estadounidenses no adquieren en la infancia valores como el trabajo duro, el sacrificio y el autocontrol. Debemos revigorizar a la sociedad estadounidense”, dijo en una entrevista concedida a la AFP en 2013.
Pero es su promoción de una dura política exterior y de defensa la que más lo expone a las críticas de la importante facción aislacionista del partido republicano. “El mundo nunca es más seguro que cuando Estados Unidos es el más fuerte”, señaló en septiembre, citando repetidas veces a Ronald Reagan.
En línea con el halcón John McCain, Rubio cree que crisis como las de Siria, Irak, Ucrania e Irán fuerzan a Estados Unidos a implicarse más en los asuntos mundiales.
Esta visión del mundo lo lleva a clasificar Cuba en la misma categoría que Irán y Siria y a buscar su aislamiento a toda costa. Mientras haya un Castro en el poder, Rubio no piensa pisar la isla de sus antepasados.
Por Ivan Couronne