Nueva York, 24 ago (EFE).- Las vecinas más golosas de Nueva York pasan desapercibidas entre el tráfico, los rascacielos y el zumbido continuo que invade las calles a todas horas, aunque amortiguado ahora por la crisis de la COVID-19. Son neoyorquinas de altos vuelos que han elegido por casa las azoteas de la Gran Manzana.
Andrew Coté, hijo y biznieto de apicultores, cultiva 104 colmenas repartidas por 28 edificios de la ciudad. A las siete de la mañana, aperos en mano, se encamina a uno de ellos, situado en el cruce de las calles Broadway y la 19, para recolectar la miel que producen sus abejas.
Ante un paisaje urbano envidiable, con el imponente Empire State Building al fondo y el reloj de la torre Metropolitan Life como si estuviera al alcance de la mano, Andrew, acompañado de dos apiculturas en ciernes, comienza el ritual de la cosecha impregnando de humo con un fuelle cada panel, para adormecer a sus inquilinas antes de sustraerles su preciado tesoro.
Ataviado con una malla que le cubre el rostro y guantes largos, con el aspecto de un extraño superhéroe de cómic, se mueve con la agilidad y el automatismo que dan la experiencia y que contrasta con la lenta cadencia de sus aprendices, una de las cuales sube por primera vez a ordeñar a las abejas y en varias ocasiones se queda ensimismada tras la red de su máscara mirando la marabunta de insectos que se amontonan bajo la tapa de la colmena o entre los suculentos panales.
Aunque su padre, que reside en el vecino estado de Connecticut, fue quien le introdujo en el mundo de la apicultura cuando apenas tenía 10 años, fue Andrew quien decidió dar el salto a las azoteas, porque entre otras cosas -asegura- su padre es un agricultor al que no le gusta la ciudad.
“No soy un millonario, pero trabajo para mí, en el exterior, mi oficina son las azoteas, estoy en la naturaleza y me gusta mucho mi trabajo”, asegura a Efe Andrew que define su oficio como “el más dulce”.
Lleva conviviendo con las abejas cuatro décadas, aunque solo desde hace una la apicultura se convirtió en su único medio de vida, después de haber viajado por medio mundo y haber trabajado desde profesor de literatura en la universidad hasta soldado en Irak en 2011.
Entre bromas, también asegura que es un oficio que le permite trabajar siempre “rodeado de chicas” (sus abejas), de las que alaba que son más fáciles de entender que las mujeres, porque cuando están “enojadas” es fácil saberlo porque clavan sus aguijones.
Junto a uno de los antiguos depósitos de agua tan característicos de la ciudad, las obreras llenan el aire de esta mañana nublada interrumpida por alguna llovizna cuando las inoportuna Andrew, que insiste en que hoy se muestran especialmente tranquilas, a pesar de la nube que dibujan con su revoloteo y en la que envuelven a los tres apicultores que desvalijan sus colmenas.
PROHIBIDAS DURANTE ONCE AÑOS
Con un español aprendido en Cuba y varios países de Centro América y el Caribe, Andrew, que ronda los cincuenta años, cuenta que el mantenimiento de colmenas estuvo prohibido en la ciudad entre 1999 y 2010, porque durante ese tiempo se consideró a este insecto himenóptero como una animal peligroso, al mismo nivel que las serpientes venenosas o las hienas.
“Pero a pesar de eso seguimos con la apicultura igual, a veces ponían multas, a veces había problemas con la policía, pero no pasaba nada”, confiesa, antes de subrayar que la apicultura de azotea en Nueva York es una práctica que se remonta doscientos años atrás, aunque ahora está “volviendo a despertar la curiosidad” de muchos neoyorquinos.
La existencia de 500 colmenas en la ciudad de los rascacielos es una prueba de ese interés creciente por la apicultura que ha arraigado en los últimos años.
UNA ESCUELA PARA FORMAR NUEVOS APICULTORES
Por eso, más allá de vender los productos extraídos de sus abejas en un puesto de un mercado al aire libre en la plaza de Union Square, este apicultor fuera de lo común también ofrece cursos para nuevos agricultores de la miel, aunque este año, debido a la pandemia, los ha suspendido.
Sin embargo, sigue formando a algunos aspirantes a cuidar colmenas como la mexicana Ester Levi que cuenta a Efe que debido a la falta de trabajo por la pandemia decidió hacer algo que llevaba años deseando: lanzarse a la apicultura.
Tras dos semanas de aprendizaje, trabajar en el puesto del mercado y leer el libro que recientemente ha publicado Andrew: “Honey and Venom: Confessions of an Urban Beekeeper” (Miel y Veneno, confesiones de un apicultor urbano), Ester ayuda hoy por primera vez a recolectar la dulce golosina de las abejas en una azotea.
“Hoy es el primer día que fui a los apiarios y me encantó”, asegura Ester, que confiesa que su objetivo es ” aprender apicultura para regresar a México y tener mi propio apiario algún día”.
LA MIEL DE TODAS LAS AZOTEAS
En su puesto de venta, que monta y desmonta tres veces por semana en el marco del conocido como “Green Market” de Union Square, Andrew tiene a la venta miel de los cinco grandes distritos de la ciudad: Manhattan, Brooklyn, El Bronx, Queens y Staten Island.
Dice que todos tienen sabores similares, pero destaca el que recolecta en la playa de Rockaway, en el barrio de Queens, porque, según dice, la brisa del mar le da un sabor característico.
Otra miel, recogida en una zona de Queens especialmente golpeada por la COVID-19, parece ser que está viviendo su peor momento de popularidad por la aprensión de los clientes, algunos de los cuales saludan a Andrew cuando este regresa a su puesto del mercado cargado con los paneles tomados a estas dulces obreras urbanitas.
Jorge Fuentelsaz