Kanye West: Un ícono impredecible

Ciudad de México 16/10/2018.-En la vida hay lobos que se hacen pasar por corderos, y corderos que se hacen pasar por lobos. El asunto con Kanye West es que no se sabe cuál es su verdadera piel. Es un hombre de pasos y rimas impredecibles. Lo que hoy elogia, mañana lo detesta. Nadie parece entender cómo es que en dos años se puede pasar de criticar al Ku Klux Klan a elogiar a Donald Trump.

Kanye West es un artista del rap sui géneris. No sólo por sus declaraciones en las que se compara con Miguel Ángel o con Steve Jobs: también porque su cuna no fue la del rapero promedio.

A diferencia de muchos de sus contemporáneos y antecesores en la industria del hip hop, Kanye nunca conoció el gueto. Es hijo del multipremiado fotógrafo estadounidense Ray West y de la ex directora del departamento de Letras Inglesas de la Universidad de Chicago, Donda West. En su adolescencia no perteneció a ninguna pandilla ni vendió drogas: estudió pintura en la American Academy of Art. Una preparación aparentemente sólida para alguien que utiliza las palabras con tanta ligereza: “Soy el Pablo Picasso del siglo XXI”, “Donald Trump es un héroe en travesía”, “Uno escucha decir que la esclavitud de los negros duró 400 años. ¿400 años? Parece una elección”.

Mientras Kendrick Lamar sale del empobrecido Compton para gritar que el racismo no se ha ido de Estados Unidos, Kanye llama bro al hombre que llamó “agujeros de mierda” a todos los países africanos. Poco parece importarle el hecho de que el hip hop se esté convirtiendo, otra vez, en el estandarte de la lucha racial de millones de afroamericanos.

“¿Es necesario ser blanco para apoyar a los republicanos?”, preguntó Kanye la semana pasada durante el monólogo que pronunció frente a Trump en la Casa Blanca. Días antes, había participado en el programa Saturday Night Live, en el cual apareció con una gorra en la que se leía Make America Great Again, el lema de campaña de Trump.

Sus convicciones políticas cambian más rápido que las listas de Billboard. David Foster Wallace escribe en Ilustres raperos (2018) que el rap es el mejor género musical para celebrar el poder, el estilo y la individualidad. Kanye West es un maestro del yo. La liquidez de sus posturas no sólo proviene de su frivolidad ideológica, sino de lo que su colega Snoop Dogg definió como “narcisismo supino”. A lo largo de su carrera, Kanye se ha homologado con Jesucristo (Yeezus, 2013), con San Pablo o Pablo Escobar (The Life of Pablo, 2016) y con Pablo Picasso —así lo dijo durante una reunión que tuvo con estudiantes de la Universidad de Oxford en el Museo de Historia Natural de Londres, en 2015—.

En los asuntos morales, Kanye es el hombre más volátil del mundo. Ha defendido a Bill Cosby y se ha burlado del movimiento #MeToo, cosa que no ha sido bien recibida por sus propios seguidores. Incluso ha habido ocasiones en que ha tenido que eliminar sus redes sociales para paliar las críticas. La portada de su último disco, ye (2018), resume su actitud frente a la vida: I hate being bipolar. It’s awesome. ¿Se postulará para la presidencia de su país en 2024, como lo prometió hace unas semanas?

Hay quien ha creído —como Leonard Cohen, cuyo poema Kanye West Is Not Picasso salió a la luz la semana pasada— que el esposo de Kim Kardashian sólo es el producto de “los grandes cambios fraudulentos de una cultura de mierda”, pero también hay quien lo observa como uno de los grandes pilares de la música pop, particularmente del hip hop, género que ya desbancó al rock en preferencias musicales en Estados Unidos, según un estudio elaborado por Nielsen Music en enero pasado.

“En el futuro no habrá manera de explicar los primeros compases de la cultura del siglo XXI sin mencionarlo, aunque dependerá de la evolución de las sensibilidades terrícolas que lo que haya garantizado su inmortalidad sea su revolución musical o sus meteduras de pata en las entregas de los MTV Awards, sus periódicos incendios en Twitter, su impudicia a la hora de igualarse a Disney, Picasso o Steve Jobs, o su amistad con ese Trump, con quien cree compartir la energía del dragón. Kanye West seguiría siendo grande sin haberse dado al dislate, pero el caso es que, a diferencia de la esclavitud, lo de ser percibido al mismo tiempo como genio y como idiota en la sociedad hipervisible sí que es realmente opcional”, escribe el crítico cultural español Jordi Costa en su artículo Kanye West: ¿Genio o idiota?

El escritor estadounidense Mark Costello asegura también en Ilustres Raperos (2018) que el rap es difícil de diseccionar, pero fácil de abordar, pues sigue un mandamiento básico: “baila, no entiendas; participa, no manipules”. Con una lírica más ilustrada y colmada de referencias bíblicas y helénicas, West destruye esta regla para convertir al hip hop en lo que el grupo De la Soul calificó como “la droga del dialecto”.

A menudo las letras de Kanye West hablan sobre el egoísmo, la búsqueda de la riqueza, la doble moral y la individualidad exacerbada. Kanye no es el pandillero que habla sobre su venta del día ni el paladín de la justicia social. Es un rapero introspectivo y apocalíptico. Escribe Foster Wallace: “Una parte del rap serio habla de los finales de las cosas: de las ilusiones, de las vidas, de los vecindarios, del rock and roll y hasta del mundo. Si se trata de un género musical verdadero, entonces es un género que llama la atención por la oscuridad de su visión: una especie de presente distópico del que no puede emerger ningún futuro imaginativo”.

Alguna vez Kanye contó a la BBC que su madre fue arrestada por haberse sentado en un restaurante donde sólo podía comer gente blanca. Dijo que no guarda rencor a nadie por ese acto: “ahora somos nosotros los que decidimos sentarnos apartados de toda la gente que no queremos”. Lo que nunca especificó es en qué mesa se quiere sentar. Quizás nunca lo haga.

AGENCIA EL FINANCIERO

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