Cuando Juan Manuel Santos asumió el poder como presidente electo de Colombia, todos pensábamos que representaría la continuidad de la ofensiva militar contra la narco guerrilla, iniciada por su antecesor, Álvaro Uribe. Dicha presunción baste recordar fue incluso adoptada por los eternos enemigos del ex Presidente Uribe, como el propio Hugo Chávez y hasta el líder indiscutible de todos los sátrapas latinoamericanos, el dictador caribeño Fidel Castro. De cierto no era para menos, Santos había trabajado fuertemente al lado de Uribe, como su ministro de Defensa, él había sido partícipe de esa demoledora ofensiva militar que ya tenía a la guerrilla a punto de la asfixia, amenazando incluso al propio Chávez, tras la instalación de bases militares norteamericanas en territorio colombiano. De igual manera, la intervención de la aviación cafetalera para desarticular al destacamento de Raúl Reyes en Ecuador, significaba un duro golpe a la narco guerrilla y la clara demostración de cómo estos grupos operaban impunemente dentro del Ecuador pseudosocialista de Rafael Correa. Sin embargo, una vez establecido en la presidencia, el Santos determinó jugar a ser más “santo”. Como por arte de magia se convenció de que todo lo que había emprendido con Uribe había sido un fracaso. Los discursos amenazantes de los sátrapas socialistas, ahora no eran más que diatribas justificadas, y había que buscar la reconciliación. Pero lo peor no había llegado. El “Santo” Santos determinó que el plan de desestabilizar a la guerrilla, debía ser cambiado, por otro plan de pacificación, donde primara el respeto, la tolerancia y ante todo, la integridad de Colombia. Las esperanzas del Presidente fueron situadas en un rincón del planeta, donde los jefes guerrilleros se sintieran cómodos y seguros, algo así como la capital de la República de Cuba, La Habana. El colmo de la desfachatez sin duda había sido rebasado. Ignoraba el “Santo” Santos que en La Habana se habían entrenado esos señores de la guerra, antes de comenzar su aventura de pillaje y extorsión. Acaso había olvidado el Presidente, que los Castros han estado involucrados en uno y cada uno de los distintos eventos que han distorsionado al sub continente en los últimos sesenta años. Además, de eso, dónde dejaba el “Santo” a los miles de miles de colombianos que claman justicia y que tienen que pagar por ver como los verdugos de ayer, ahora son considerados como partes honestas y justas en esta despampanante negociación de paz. Carlos, un amigo bogotano, me narró con dolor y frustración como supo que los hombres que lo habían extorsionado, ahora exigían formar parte del gobierno, recibiendo esto como premio a sus fechorías. Carlos, tenía un camión y se dedicaba a hacer viajes por toda Colombia. Al cruzar por la zona donde operaban los grupos narco guerrilleros debía siempre dejar algo para ellos, so pena de ser asesinado como uno más. La historia de Carlos, es una más entre miles de historias en la tierra de Nariño. Quizás el Presidente quería dejar para la posteridad que su gobierno había dejado a un lado el orgullo y la insensatez para clamarle a los grupos guerrilleros que depusieran las armas. Del otro bando, en un principio hubo satisfacción, se habían reído en la misma cara de la democracia, habían logrado imponer condiciones, cuando estaban muy lejos de poder exigir. Al parecer el mandatario no ha analizado bien los puntos que significan detener su ofensiva. La guerrilla no es ni mucho menos popular entre el pueblo colombiano. Los supuestos ideales de justicia social que enarbolaron en su pretexto por iniciar una guerra en el país sudamericano, hace muchos años que fueron olvidados. En esencia, lo único que Santos ha logrado con su planteamiento pacificador, es envalentonar más a los narco guerrilleros, darles un carácter de legitimación que no tienen y ganar más tiempo para poder seguir asesinando y destruyendo al pueblo colombiano. En pocos días el mandatario anunció que volverían a las negociaciones de paz otra vez en La Habana. Mientras las FARC reiteran su disposición de un alto al fuego y el presidente aplaude, que ellos, hayan desestimado asesinar más colombianos. Parece que haberse hecho el “Santo” fortalece a los demonios.