Si bien los primeros cimientos del Imperio Populista Latinoamericano fueron establecidos entre 1995 a 2004, su momento de mayor esplendor estaba muy próximo a llegar. Los últimos gobiernos nacionalistas en el subcontinente comienzan a ser sustituidos por nuevas coaliciones de gobiernos multinacionales. Así de este modo y tras años de crisis y estancamiento comienza una cadena de victorias consecutivas de los elementos más radicales dentro del izquierdismo latinoamericano. Tenemos los casos de Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirchner en Argentina; Tabaré Vázquez en Uruguay; Lula da Silva en Brasil; Mauricio Funes en El Salvador; Manuel Zelaya en Honduras; Rafael Correa en Ecuador y un increíblemente resurgido Daniel Ortega en Nicaragua. La lista entonces de naciones que apuestan por un modelo diferente al libre mercado llega a tal nivel que solamente Colombia con Álvaro Uribe y Perú, con Alan García se mantienen como únicos discrepantes de esta galopante marcha del populismo. En un sentido u otro comienzan los cambios a los sistemas constitucionales garantizando la continua reelección de los mandatarios. A nivel internacional los efectos de la crisis de 2008 parece que les daba la razón de que el libre mercado hacia aguas las economías y que un mayor proteccionismo era sin dudas la solución. Por otra parte, las guerras de EE UU contra Irak y Afganistán satanizaban al gigante del Norte, mermando la opinión positiva hacia ellos. Resulta curioso cómo la intelectualidad latinoamericana siempre se ha destacado por su posición anti yanqui, pero al mismo tiempo, no dudaron nunca en residir o hacer negocios con el poderoso vecino. Recuérdese los casos de Guayasamin y Diego Rivera, ambos acérrimos enemigos del Imperialismo norteamericano, pero amantes hasta el cansancio de sus galerías para exhibir sus pinturas. En el orden interno los líderes populistas encontraron un enemigo común: la burguesía autóctona u oligarquía. En este sentido, se encuentran desde los dueños de grandes corporaciones, canales de televisión, etc., hasta simples comerciantes, abogados, doctores, periodistas o cualquier otra persona que por su esfuerzo propio lograra triunfar en la vida, pero que su afiliación política era distinta al proceso de cambios. De igual manera fueron expropiados muchos negocios, censurados los medios de prensa y de una manera u otra obstaculizado el libre funcionamiento de cualquier partido político de oposición, incluyendo los propios partidos de militancia izquierdista. Por último se aseguró la integración definitiva al crearse varios organismos multilaterales como fueron los casos de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) y la Unión de Naciones del Sur (UNASUR). En ambos casos en clara oposición hacia el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la Organización de Estados Americanos (OEA). El propósito era menguar la influencia norteamericana en Latinoamérica. Sin embargo, un hecho fortuito para muchos comenzó a determinar un nuevo liderazgo. Hasta esa fecha, Fidel Castro se había mantenido como el genio integrador y líder indiscutible. En 2006, Castro anuncia que se encontraba seriamente enfermo y que no podría continuar dirigiendo los destinos de Cuba. En su lugar fue nombrado su hermano Raúl, como si se tratase de una monarquía. De este modo, los nuevos actores latinoamericanos acometerían la obra de sustituir a Fidel. Chávez se encargaría del liderazgo integracionista además de su furibundo ataque al Imperio yanqui y ser el nuevo dueño de los shows durante las Cumbres Iberoamericanas. Evo Morales encabezaría la denuncia contra el ataque ecologista, alegando el incoherente “derecho” de la Patchamama, o “Madre Tierra”, Correa y Kirchner los eternos defensores de la economía estatalizada y por ultimo Ortega seria como esa suerte de la imagen del exguerrillero, con experiencia en la lucha armada. De este modo fueron ganando espacios y elecciones una y otra vez, a veces ellos mismos, o algún que otro personaje afín como fueron los casos de Dilma Russeff en Brasil y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina. Pero partes del plan estaban fallando. Los EE UU cambian su apariencia guerrerista por una cara totalmente diferente. Los precios del petróleo comienzan a bajar, luego de 15 años de excelencia. Por último, una parte de la población ya no puede seguir esperando por las largas promesas de los nuevos actores imperiales. No bastaba con seguir dando el mismo discurso, cuando comenzaba a ser evidente que la pobreza y la miseria no se superaban y los niveles de corrupción administrativa dejaban atrás a los antiguos políticos de derecha. La cúspide de la expansión del imperio populista era el primer signo de su desgaste.