El pasado 10 de octubre pasó inadvertido para muchos cubanos que vivimos en la diáspora. No sé qué nos pasa, pero como pueblo nos hemos olvidado de nuestras fiestas nacionales. Es como si se nos habría borrado la memoria histórica y hayamos llegado al convencimiento de que no tenemos un pasado glorioso. En mi modesta posición, como un cubano más en esta bella ciudad de Tampa, deseo dar mi homenaje y recordación a aquellos hombres que iniciaron un día la aventura de la revolución para honra de la patria. Desde 1810 se venía conspirando en Cuba, pero ninguna de las conspiraciones más connotadas, como la de Ramón de la Luz en ese mismo año; la de Soles y Rayos de Bolívar en 1824; el Águila Negra en 1831; La Escalera en 1844, entre otras, llegaría a materializarse en un alzamiento armado que pusiese fin el imperio colonial español en la Isla. Desde 1824, el poderío español que abrazaba varios continentes se había reducido a la isla de Puerto Rico, las Filipinas y Guam en el Pacifico, algunas islas en la Guinea española y Cuba, ya conocida, como “la siempre fiel Isla de Cuba. Quizás la más famosa e intrépida conspiración fue la del Ave María, dirigida por el venezolano Narciso López, que en 1850, lograra tomar el poblado de Cárdenas en Matanzas, donde se izó por primera vez la bandera nacional. Sin embargo un año después, en 1851, tanto López como su colaborador en Camagüey Joaquín de Agüero son apresados, ejecutados y allí quedó truncado el sueño independentista. Por aquellos años, la mayoría de los cubanos abrazaban la fe en un arreglo reformista con la metrópoli. Cuba quería seguir siéndole fiel a su Madre Patria. ”. Sin embargo aquella fidelidad era recompensada con un gobierno tiránico en extremo que perseguía y ejecutaba cualquier manifestación contraria a sus intereses. Los españoles les negaban a los cubanos ocupar cargos públicos o militares. La amarga experiencia sufrida con sus colonias sudamericanas, donde tanto Bolívar, como O’Higgins, San Martin, Ignacio Allende, entre otros, habían formado parte de los planteles de las más excelentes academias militares españolas, usando esos mismos conocimientos a favor de sus pueblos, los llevó a ejercer un férreo bloqueo educativo contra los nativos de la Isla. También existía una protección al comercio y toda la actividad debía hacerse por medio de un mecanismo burocrático que operaba desde la metrópoli, llamado la Casa de Contratación de Sevilla. Para colmo, el penoso y gravoso fenómeno de la esclavitud prevalecía en Cuba con todo el horror que eso significaba. Sin embargo los cubanos temían a ser libres. La idea no era bien recibida por la mayoría de los criollos. La realidad era que los pueblos independizados en el subcontinente, no eran sino verdaderos estados fallidos. América Latina y la isla de Santo Domingo no eran más que escenarios perfectos para guerras civiles, golpes de estados, invasiones, y miseria, cosa que no ha cambiado actualmente. Entonces los cubanos mayoritariamente querían solo reformas. Esa sería la tónica hasta que en 1867, fracasara la llamada Junta de Información, una especie de parlamento donde cubanos reformistas llevaban sus inquietudes a la Corona. La decrepita España, se dio el lujo de rechazar cada una de las demandas cubanas. Regresando con las manos vacías, no quedaba sino, además de la tremendísima frustración, el deseo de poner fin a tan penosa situación. Llegamos entonces a Octubre de 1868, donde estaban creadas las condiciones para que un tremendísimo huracán cambiara a Cuba para siempre.
Diez Días que cambiaron la Historia de Cuba I.
La Gesta Independista