Teotihuacán en riesgo

Corría el año 1332 de nuestra era, un padre, con su hijo, caminaban portando mecapales con sendas cargas de piedras de obsidiana, que pretendían vender más allá de las montañas, en una ciudad que empezaba a dominar a sus vecinos y era conocida como Tenochtitlán; al pasar frente a un gran cúmulo de piedras talladas del que se podía observar, fue una pirámide; el hijo preguntó - ¿Quién habrá construido esa gran pirámide? –

El padre le contestó -No lo sé hijo, dicen que fueron los quinametzin, una raza de gigantes que habitó estas tierras, en tiempos que han quedado en el olvido-

Los restos de la pirámide correspondían al lugar que, desde tiempo atrás, los habitantes de la región habían bautizado como Teotihuacán, que en el idioma náhuatl significa “lugar donde los hombres se transforman en dioses”.

Esa pirámide marca el lugar de una civilización que había iniciado dos o tres mil años antes de nuestra era, con tribus que poblaron los cerros cercanos, las que al ir creciendo se fueron asentando en el valle, hasta formar una gran civilización.

Para hacernos una idea de la importancia de este sitio, podemos considerar que su antigüedad se remonta a épocas como las de Babilonia y que el mayor florecimiento de Teotihuacán, se dio entre los siglos II a VII de nuestra era y su influencia llegó hasta lugares tan lejanos como Honduras hacia al sur y las tribus sedentarias del norte de México y el suroeste de los Estados Unidos; un territorio que abarcaba más de 2,500,000 kilómetros cuadrados y, lo más extraordinario es que, en la zona arqueológica, no se han descubierto señales de que fuese una civilización guerrera; por el contrario, todo parece indicar que su expansión se debió al comercio, que fue llevando la cultura de la gran ciudad a los territorios más lejanos desde las selvas de Centroamérica, hasta los desiertos del norte del continente.

La importancia histórica de esta zona arqueológica ha llevado a que el la UNESCO la haya considerado patrimonio de la humanidad y el gobierno de México le haya declarado zona de monumentos arqueológicos, protegida por la ley. en ese lugar se han llevado a cabo tres de los más importantes proyectos de estudios arqueológicos del México moderno, sin contar que estos estudios vienen realizándose desde la época de la Colonia y el Porfiriato.

En marzo de este año, los vecinos denunciaron a los arqueólogos encargados de la zona, que se estaban realizando obras en terreno protegido, aproximadamente a 800 metros del área principal del complejo.

Los arqueólogos descubrieron con sorpresa y disgusto que se había levantado una barda que rodeaba un terreno de aproximadamente 7 hectáreas, en el cual estaban pendientes de estudio 3 montículos de importancia arqueológica. Los invasores estaban allanando el terreno con maquinaria pesada y realizando cimentaciones, con grave daño a los vestigios de las antiguas civilizaciones de Mesoamérica y por esto, las autoridades del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), procedieron a poner sellos de suspensión de la obra entre el 4 y 5 de marzo.

Al dueño de la obra se le venció el plazo legal para regularizar su situación el 30 de marzo, día en que los inspectores del INAH acudieron y para su sorpresa, las obras continuaban y al tratar de poner sellos de nueva cuenta, los empleados de la obra los amenazaron con tubos y piedras.

El INAH presentó denuncia ante el Ministerio Público y el día que escribo estas letras, 30 de mayo, la Policía suspendió de nueva cuenta la obra. Quedando la incógnita del ¿Por qué los actos de destrucción del patrimonio de los mexicanos pudieron prolongarse por más de dos meses?, la respuesta es muy simple, siempre el poder de los políticos que carecen de escrúpulos y solo protegen sus intereses.

Así las cosas, en un México siempre lleno de promesas de cambio, pero cada vez más hundido en el fango de la impunidad y la corrupción, que ahora están más presente que cuando nos gobernaba la “mafia del poder”.

Oscar Müller Creel

Oscar Müller Creel