Osmany García, ¿Dónde dejaste los dientes?

Por: Ignacio L. Prieto

 

Recuerdo que en mi niñez me decían: “si dices malas palabras se te van a caer los dientes”. Imagínense como podía ser el período educativo formativo en un niño de un país hispanoparlante cualquiera. De España heredamos un idioma rico, lleno de palabras, de claridad, con una gramática que nos quitó el sueño más de una vez, en la noche antes del examen de Literatura. Pero también de la Madre Patria vinieron las conocidas malas palabras, o más académicamente, las palabras soeces. Digo quizás de España vino el hábito de decirlas y la variedad de las mismas, pero aquí en la América hispana se difundieron, multiplicaron y se volvieron más y más, como parte de una culturización no cultural, que tanto daña al lenguaje de los latinos, a punto de ya vivir cuidándonos de lo que decimos, por no herir las sensibilidades auditivas. No podrás ensenarle  a un boricua un bicho muy feo, porque eso es ofenderle tremendamente. Menos  cojas un cachito de nada en Venezuela y jamás le pidas a una mujer cubana que cocine bollitos. Sin dudas, en América Latina hablar se está volviendo un problema, porque ya vaina no es el lugar donde crecen los frijoles o habichuelas para los quisqueyanos, y tampoco boludo es alguien con forma de bolas para los argentinos. En todos los casos anteriores se han tratado de palabras normales para muchos, pero altamente ofensivas para algunos. Por eso, si aquella historia de que al decir malas palabras se te irían a caer los dientes fuere cierta, nos rebautizarían como “Destentatilandia”. Pero por esas cosas del idioma español, las malas palabras, el sentir latino y otros relatos, en días recientes las redes sociales estallaron y aún siguen estallando, después de que el conocido reggetonero cubano, Osmany García, alias La Voz, autor de temas tan populares como “El Taxi” o “El Chupi Chupi”, perdiera los estribos lexicológicos y lanzara una serie de ataques verbales hacia el presentador de América Tv, Pedro Sevcev, incluyendo en su bolsa de improperios a lo que Osmany llama el exilio que no “ha tira ’o un tiro”. Sabemos de sobra que la fama del cantante cubano, que trasciende las fronteras de su isla natal, se ha basado en videos y temas musicales donde el sexo, la vida alocada y el panorama de glamour exótico y étnico que tristemente expone la integridad de la mujer caribeña y cubana en particular. Pero dejando atrás todo eso, el sujeto en cuestión ardió en cólera, cuando, luego de anunciar que se iba a fijar un tatuaje en su piel, con la cara de Raúl Castro. Para los que nacimos en Cuba, dentro del marco de estos últimos 56 años, donde todo es así, porque es así, nos resulta en un primer momento incomodo, la libertad de expresión. Nos resulta patético que otros puedan decir y sostener lo que quieran. Osmany hizo valer ese derecho, y es su problema si decide hacerse el tatuaje del dictador cubano en su piel. Si está de acuerdo con todas las estupideces y crímenes que este y su hermano han cometido, a Osmany le asiste el derecho de expresarse de esa manera. Como también a otros nos asiste el derecho de decirle que reprobamos el hecho de que ame los dólares, pero odie al capitalismo, y al mismo tiempo, simpatice con Raúl, pero no quiera que le paguen en pesos cubanos. La contradicción en su vida, es la misma que encontramos en todo sujeto oportunista y desprovisto de valores morales. Los que vimos los videos nos quedamos atónitos ante el mar de palabrotas, que no le hicieron perder los dientes. Sin embargo, el propio Osmany reconoce que durante los años terribles del nunca terminado Periodo Especial, para Osmany y sus “primos” fue tan difícil conseguir pasta de dientes, que por poco se quedaron sin dientes. Lo peor es que de alguna manera culpa al exilio de Miami de ser responsable de semejante acto de barbarie. Nadie más que Raúl Castro y su hermano Fidel, son responsables de que, los cubanos hayamos estado comiendo un “cable de este gordo” durante más de 56 años. Para Osmany y los cabilderos que defienden su poca pulcritud expresiva, mis condolencias, por tanto talento echado a la borda. A mi justo entender, tatuarte a Raúl, te hace acercarte a un régimen moribundo, donde los “tracatanes” de antaño se alejan. Solo escuchen las últimas declaraciones de Silvio y Pablo y reconocerán que nadie confía en la perdurabilidad del modelo castrista. Entonces llega este personaje y se hunde en su propia incoherencia, como todo barco que anda en dos aguas.  Así, que dinos, sin palabras soeces, ¿“Caballo, donde dejaste los dientes?

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