Chilapa de Alvarez (México) (AFP) – Cerca de 1.000 personas disfrazadas de tigre invadieron el sábado las calles de Chilapa, una pequeña ciudad mexicana anidada en las montañas del estado de Guerrero (sur), desafiando la exacerbada violencia que acosa actualmente a la región para celebrar la fiesta de la Tigrada.
En medio de fuertes rugidos, los participantes de esta celebración portan máscaras de felinos y azotan cadenas metálicas en el suelo para invocar a Tepeyóllotl, dios del Jaguar en la mitología azteca, a quien piden lluvias y cosechas abundantes cada año.
Pero esta histórica tradición, que se remontaría a tiempos prehispánicos, se desarrolló este año bajo una tensa atmósfera.
Las autoridades solicitaron la cancelación del evento, mientras que la alcaldía -que habitualmente participa con 500 de sus empleados disfrazados de tigres- anunció que este año no participaría ante el riesgo de violencia.
“Ellos” iban a volver al pueblo, se rumoreó.
Esos sujetos que nadie se atreve a nombrar son 300 hombres armados que bajaron de las colinas aledañas en mayo pasado para sumir en el terror a este poblado de 25.000 habitantes durante cinco días, sin que la policía ni el ejército interviniera.
– Trecientos hombres armados y 14 desaparecidos –
“Ellos” se dicen milicianos de autodefensa en busca de justicia. Quieren la cabeza de “El Chaparro”, como se apoda al líder de Los Rojos, un cártel narcotraficante que controla esta zona en la que pululan los sembradíos de amapola y marihuana.
“En un inicio, nos dijeron que habían sido víctimas de ese cártel, pero luego empezamos a tener sospechas” de que en realidad formaban parte de Los Ardillos, acérrimos rivales de Los Rojos, cuenta a la AFP una habitante.
Estos dos grupos “ya no son tan pequeños, son cárteles medianos y son muy violentos. Su principal pugna es por la producción de heroína y amapola en la sierra” de esta región, explicó Raúl Benítez Manaut, experto en seguridad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Estos grupos, que se financian además a través de extorsiones y secuestros contra pobladores, son resultado de la escisión del cártel de Los Beltrán Leyva.
Cuando “ellos” al fin se retiraron de Chilapa en mayo, al menos 14 hombres habían desaparecido.
Ante estos hechos, la fiesta de la Trigrada se desarrolló este año en un ambiente de tensión, que sirvió a los habitantes como válvula de escape pero también para expresar su repudio a la violencia.
“Por ningún motivo íbamos a dejar de participar en nuestra fiesta, la del pueblo”, asegura Antonio García, de 59 años, mientras se enfunda en su disfraz naranja atigrado y se coloca una impresionante máscara tallada en madera.
– Mantener la tradición –
Los felinos deambulan por las estrechas calles, atemorizando a los niños y dibujando sonrisas entre los vecinos que los observan desde sus ventanas y puertas. Incluso algunas mujeres adoptaron el disfraz, modernizando esta tradición reservada normalmente para los hombres.
Para Jesús Cara, dueño de un restaurante, de 71 años, “ponerse el disfraz de jaguar es un honor”, y es “importante mantener la tradición pese a la violencia”.
Guerrero, uno de los estados más empobrecidos de México, se convirtió en “el principal productor de heroína” del país, pues la demanda de esa droga ha aumentado considerablemente en Estados Unidos, en detrimento de la cocaína y la marihuana, apuntó Benítez Manaut.
Esto ha generado violentas pugnas por el territorio por parte de los cárteles.
Poco antes de celebrarse las elecciones locales de junio pasado, el candidato a la alcaldía de Chilapa por el oficialista Partido revolucionario Institucional (PRI), Ulises Fabián Quiroz, fue asesinado fuera del ayuntamiento.
El 8 de julio, seis personas murieron durante enfrentamientos armados, y dos días más tarde, un tiroteo de más de media hora entre policías y un grupo armado en pleno centro de la ciudad dejó siete muertos. Desde entonces, los habitantes instalaron un toque de queda.
Con este sangriento contexto, el alegre desfile felino, con tambores y trompetas, tuvo mucho menos concurrencia que en su versión 2015.
“Al menos dos veces menos”, constata una habitante en la plaza central de la ciudad, mientras un grupo de policías sobre una patrullas pick-up mantiene un ojo vigilante sobre la muchedumbre, y sus ametralladoras apuntando hacia el desfile